LA
ÚLTIMA MADRUGADA EN EL OFICIO DE ANDREA
Andrea
pensaba que trabajar de noche no le hacía daño. Comprar comida, ropa, ayudar a
su madre y costear los estudios de su hermana menor era lo único que le pasaba
por su cabeza.
El
reloj ya marcaba la 01:00 am. Andrea se montó en sus tacones, se maquilló como solo
ella sabía hacerlo, se limó sus uñas en acrigel y se peinó la extensa y
abundante cabellera negro azabache que movería como ángel danzando en el
viento, para salir como todas las noches anteriores a “trabajar” sin percatarse
de que esa madrugada “ingrata” del 03 de noviembre, el destino le deparaba una
mala jugada cuando buscaba salir adelante haciendo lo que mejor sabía hacer
“prostituirse”.
Andrea
Marina es la mayor de dos hermanas. Mujer luchadora, aunque, para el resto del
barrio donde vive no sea así. Tiene 21 años, y es madre de dos hijos los cuales
no se arrepiente de haberlos concebido, pues como ella dice “fueron producto de
un gran amor”.
Cifras
conocidas extraoficialmente en la Dirección de Seguridad Ciudadana del
municipio Sotillo, arrojaron que tres de cada 10 mujeres que se dedican a la
prostitución, lo hacen porque son de bajos recursos y ven de esta manera una
entrada de dinero fácil y rápida.
01:40
am. Andrea se estaba montando en el vehículo de dos hombres que a juzgar por sus
formas de vestir y sus fisionomías eran “hombres serios que solicitaban sus
servicios”. Andrea estaba trazando su destino hacia el final de una profesión
criticada por muchos y a la vez alabada por pocos.
Tanto
recorrer la vía y los dos hombres sin pronunciar palabra alguna, Andrea se
preguntaba “Adonde me llevan”, pero el temor no le dejaba emitir ningún sonido
de expresión, solo le quedaba rezar y encomendarse a los santos que su madre
siempre pedía.
Hasta
que habló. “adonde me llevan que estamos ya muy lejos de la vía” pero no obtuvo
respuesta alguna. Una casa se veía a lo lejos, cuando llegaron la obligaron a
bajarse del automóvil, entraron a la vivienda que solo tenía un bombillo
encendido en el interior. La casa estaba desocupada, solo una vieja mesa y un
colchón sucio y usado dentro de aquella sala fría.
Al
momento, pasó lo que ella tanto temía pero se imaginaba, “me violaron”. Aquellos
“monstruo salvajes” que se camuflajearon como hombres serios, se marcharon
luego de hacerle tanto daño, dejándola sola y adolorida en esas cuatro paredes “frías
y a la vez cálidas” que solo le causaban repulsión, miedo y angustia.
Amaneció.
Andrea pudo salir de ahí. Caminó hasta llegar a la carretera la cual reconoció
“esta es la vía que va para anaco”. Anaco, aquel pueblo al que le gustaba ir de
niña con su madre. Andrea pidió una cola
hacia Barcelona. Ya eran las 9:00 am. Llegó a su casa se dio un baño y se
encerró en su cuarto a llorar, lo único que le pasaba por la cabeza era “si me
hubiesen matado que será de mi hermana y mi madre, gracias Dios, gracias”.
Según
datos manejados por la Defensoría del Pueblo, la mayoría de las mujeres que se
dedican a la prostitución tienen edades comprendidas entre los 17 y 23 años de
edad.
Han
pasado dos meses desde aquella noche. Andrea no ha vuelto a pisar de madrugada
las calles que frecuentaba desde que tenía 17 años. Actualmente, trabaja como
empleada en una zapatería del centro de Barcelona y no se cansa de repetirle día
con día a las que fueron por cuatro “largos” años sus compañeras de trabajo que
se alejen se esas calles, pues en ella dejaron daños irreversibles tanto física
como psicológicamente.