viernes, 8 de febrero de 2013

LA ÚLTIMA MADRUGADA EN EL OFICIO DE ANDREA


LA ÚLTIMA MADRUGADA EN EL OFICIO DE ANDREA
Andrea pensaba que trabajar de noche no le hacía daño. Comprar comida, ropa, ayudar a su madre y costear los estudios de su hermana menor era lo único que le pasaba por su cabeza.
El reloj ya marcaba la 01:00 am. Andrea se montó en sus tacones, se maquilló como solo ella sabía hacerlo, se limó sus uñas en acrigel y se peinó la extensa y abundante cabellera negro azabache que movería como ángel danzando en el viento, para salir como todas las noches anteriores a “trabajar” sin percatarse de que esa madrugada “ingrata” del 03 de noviembre, el destino le deparaba una mala jugada cuando buscaba salir adelante haciendo lo que mejor sabía hacer “prostituirse”.
Andrea Marina es la mayor de dos hermanas. Mujer luchadora, aunque, para el resto del barrio donde vive no sea así. Tiene 21 años, y es madre de dos hijos los cuales no se arrepiente de haberlos concebido, pues como ella dice “fueron producto de un gran amor”.
Cifras conocidas extraoficialmente en la Dirección de Seguridad Ciudadana del municipio Sotillo, arrojaron que tres de cada 10 mujeres que se dedican a la prostitución, lo hacen porque son de bajos recursos y ven de esta manera una entrada de dinero fácil y rápida.
01:40 am. Andrea se estaba montando en el vehículo de dos hombres que a juzgar por sus formas de vestir y sus fisionomías eran “hombres serios que solicitaban sus servicios”. Andrea estaba trazando su destino hacia el final de una profesión criticada por muchos y a la vez alabada por pocos.
Tanto recorrer la vía y los dos hombres sin pronunciar palabra alguna, Andrea se preguntaba “Adonde me llevan”, pero el temor no le dejaba emitir ningún sonido de expresión, solo le quedaba rezar y encomendarse a los santos que su madre siempre pedía.
Hasta que habló. “adonde me llevan que estamos ya muy lejos de la vía” pero no obtuvo respuesta alguna. Una casa se veía a lo lejos, cuando llegaron la obligaron a bajarse del automóvil, entraron a la vivienda que solo tenía un bombillo encendido en el interior. La casa estaba desocupada, solo una vieja mesa y un colchón sucio y usado dentro de aquella sala fría.
Al momento, pasó lo que ella tanto temía pero se imaginaba, “me violaron”. Aquellos “monstruo salvajes” que se camuflajearon como hombres serios, se marcharon luego de hacerle tanto daño, dejándola sola y adolorida en esas cuatro paredes “frías y a la vez cálidas” que solo le causaban repulsión, miedo y angustia.
Amaneció. Andrea pudo salir de ahí. Caminó hasta llegar a la carretera la cual reconoció “esta es la vía que va para anaco”. Anaco, aquel pueblo al que le gustaba ir de niña con su madre.  Andrea pidió una cola hacia Barcelona. Ya eran las 9:00 am. Llegó a su casa se dio un baño y se encerró en su cuarto a llorar, lo único que le pasaba por la cabeza era “si me hubiesen matado que será de mi hermana y mi madre, gracias Dios, gracias”.
Según datos manejados por la Defensoría del Pueblo, la mayoría de las mujeres que se dedican a la prostitución tienen edades comprendidas entre los 17 y 23 años de edad.
Han pasado dos meses desde aquella noche. Andrea no ha vuelto a pisar de madrugada las calles que frecuentaba desde que tenía 17 años. Actualmente, trabaja como empleada en una zapatería del centro de Barcelona y no se cansa de repetirle día con día a las que fueron por cuatro “largos” años sus compañeras de trabajo que se alejen se esas calles, pues en ella dejaron daños irreversibles tanto física como psicológicamente. 

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